No era remolón, ni le fastidiaba su forma de vivir. No estaba deprimido ni en crisis. Simplemente sintió que lo que le pudiera pasar durante el día, no le interesaba. Por eso no se vistió, ni se cepillò los dientes, ni desayunó. Se quedó mirando por la ventana. Miró y miró y sólo se vio a si mismo.
Había un mendigo en la vereda, lo hizo pasar. Le dio un pantalón de vestir, era nuevo. También su camisa y la corbata. Lo hizo lavar y afeitar. Le indicó donde quedaba el trabajo, que colectivo tenía que tomar, donde bajarse. Le dio las monedas y los documentos. Le entregó solemnemente su nombre: “Carlos”. En reemplazo obtuvo un nombre santo. Le encomendó que a su regreso comprara el pan y unos jazmines para Ofelia. Y que le acariciara las orejas, eso la hacía feliz.
Le agradeció al mendigo su predisposición a reemplazarlo en el juego de la vida. Le agradeció también que acepte jugar su muerte. Vio como todo era un juego, pero ahora él estaba fuera.
Caminó desnudo por el parque y a cada paso se sentía más sutil. Su campo magnético vibró intensamente, se sintió luminoso.
Cuando ya había sobrepasado los techos de las casas, un ángel le asestó una ráfaga de ametralladora en el pecho. Ya estaba cubierto el cupo de los “Franciscos” en el paraíso.
domingo, 3 de enero de 2010
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BUENISIMO JORGE. Me gustó mucho, la cagada es que estamos en el horno...con nuestros nombres nos quedamos afuera seguro...
ResponderBorrarAyy, si yo a veces me quedo mirando la nada, y mando a mi otro yo por la vida que me toco vivir. Mi holograma es mas piola que yo...
ResponderBorrarAqui estoy, actualizando mi lectura, dandole sentido a estas siestas sin niñez. Creo padecer de alucinaciones auditivas, escucho con tú voz los cuentos que leo (yop) -
ResponderBorrarEl sueño de asignarle a otro nuestras responsabilidades y rutinas me encantó auqnue ya no haya lugar para francisquitos....Alicia Scoyos
Porque sí, volar alto sin permiso se castiga.
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