jueves, 10 de diciembre de 2009

Mama ¿Quién me mató?

A la hija de Romina

Quería que me prestes la pepona y saltar juntas a la soga, repartir las estampitas de la primera comunión, ir caminado por la quebrada hasta la escuela, pasar los dedos por los rulos de la vicuña y hacernos cosquillas.

Me tocó navegar con tajos de no querida, en una embarcación de cartón mojado por cloacas sin mareas. No el cajoncito blanco de muerte inocente, ese está reservado para las que hacen las cosas como dios manda.
Algunas lloran en el primer suspiro, yo no pude llorar el desprecio de tu cuchillo en mi carne.
No soporto verte triste, encerrada en los barrotes de dedos índices que se entrecruzan, prontos a señalar tu vientre ensombrecido. Dedos que escriben en tu frente “agravado por el vínculo”. Que señalan, pulcros, de piel pulcra, de piel que no palpa, que no se mete. Ciegos como la maestra que no te enseñó a defenderte, ni te dijo que el pene y la vagina son iguales cuando eligen. Que no hay sexos débiles ni fuertes, ni buen nombre, ni imagen lavada. Que no sos de vida fácil, porque la vida no es fácil.
No quiero verte ausente como las blancas enfermeras de fórceps ilegales.
No recorras los oscuros purgatorios. Oscuros como los gordos pontífices que te absuelven mientras declaman con absoluta certeza que mi alma se metió en tu cuerpo a golpes de esperma violento. A golpes de padre embustero, de padre impune por falta de pruebas. Las que no aportaste, las del goce no consentido. Que no aportaste para que no desguacen tu intimidad en mil doscientas fojas sin una santa palabra.
No mires la luz mentirosa del cirio que encienden las señoras los domingos de mantilla, que pagan primera fila del teatro celeste.
No necesitàs este limbo de rayuela eterna, dibujada en el piso de la sala de espera. Con la mano inmóvil arrojando ángeles insulsos a la casa seis, condenada a no ser. Dándome las narices contra las puertas del cielo de tiza que se esfuman cuando me acerco.
Y no paso ni me quedo.

Mamà no me pidas perdón eterno, porque si lo hacès estaré naciendo… y muriendo…
Siempre

La santa y la pierna


Dedicado a AnaGyS

No era su primera caída. Si hasta podría narrar su vida usando como nudos a las caídas. Amalia siempre se levantaba y salía fortalecida. Sus músculos eran fuertes, tanto como su templanza. Atribuía su costumbre de besar el polvo a su pierna derecha. Ella, la derecha, decidía su propio norte sin escuchar al resto.
Cada vez que sus quehaceres se lo permitían Amalia ensoñaba, amaba más que ninguna, se atrevía. Se conmocionaba con un abrazo intenso, con los claroscuros del bosque y las melodías sutiles. Por eso pensaba que no hay mal que por bien no venga, quizá su pierna le servia de ancla.
Recordaba tanto aquella primera vez. Aquella cuando caminaba por el sendero a sabiendas de que por allí pasaría él. Pensaba en sus labios y en ella, en sus miembros fuertes rozándola, en la mirada oscura de cejas varoniles escudriñando sus ojos. Se iban a cruzar y quizá le dirija la palabra… pero se cayó. Recuerda también como se le pusieron las orejas rojas y sordas; y como escapó en un galope ciego. A los amores que no fueron los envuelve un aura de “toda gloria posible”. Una gloria simple, cotidiana que sintió haber perdido.
La pierna tenía su itinerario prefijado: la llevó a los bailes de casaderas; la obligó a un “si” a desgano; avanzó dos pasos y retrocedió uno hasta completar juntas el camino desde la puerta al altar; la amarró por las tardes a la silla de paja, a pelar las papas y las habas, a coser y a tejer.
Amalia escuchaba las historias de las otras, historias de los niños de las otras, niños que imaginó coronaban los amores logrados, no como el de ella: los primeros balbuceos; la caída de un diente; las convulsiones de risa hasta las lágrimas; los zapatos que se atan y se desatan y los pies descalzos y las gripes y la fiebre... Quiso levantarse y correr, no escuchar, chocar contra el viento. Su pierna no se lo permitió.
Amalia invocaba a Santa Ana para que la haga hábil con el dedal, para que la ayude a no pincharse y para que fertilice su vientre. Pero la santa tenía otros asuntos que atender.
Amalia y la pierna fueron compañeras hostiles, a tal punto que la mujer le inscribió, con paciencia, cada letra de las palabras enfermedad y amputación.
Esperaba la sierra del doctor cuando su pierna la empujó por última vez. Tirada sola a los pies de la camilla, sin una mano que la ayude, le pidió a la santa que la levante, un milagro que no figuraba en su catálogo.
Santa Ana sintió que era hora de cumplirle. Labró sobre el cuerpo de Amalia el comienzo de una historia de generaciones futuras. Como compensación, le hizo prometer que toda su prole femenina llevaría el nombre de Ana. También las hijas de sus hijas y así para siempre. Juntas inventaron la estirpe de las Anas.
Ana que invitó a su pierna y a su sombra a sumarse al juego. Ana que se cayó mil veces y no vio en ello un mal presagio. Ana que no llegó a fin de mes, pero algo inventó. Ana que emparchò rodillas y enjugó lagrimas. Ana que pintó broches sobre el cielo, tensó sogas y planchó sábanas. Ana que vio en el clítoris una puerta y la abrió. Ana que decidió sobre su vientre. Ana que amó y que desamó. Ana que gozó y sufrió. Ana con… Ana sin… Ana c…Ana x…Ana z…

miércoles, 21 de octubre de 2009

Impresiones de una escena.

Es un parroquiano eterno, sentado a la mesa de un bar de almas tras migrantes.
Para los otros, él es uno. Pero está dividido en tres. Su cabeza flota oscilante a cierta distancia del cuerpo. Una distancia difícil de medir aunque usemos instrumentos de precisión.
Quiere ir tras ella.
Su torso no le permite merodear más allá. La cabeza yace apoyada en la palma de la mano derecha. La mano tiene la instrucción de no soltarla por nada del mundo. Si lo hiciera, como por error sucedió alguna vez, no podrá evitar las consecuencias.
Sus piernas no se descruzarán jamás, fueron doblegadas hace tiempo. Un tiempo en que los colores, las luces y las sombras anunciaban libertad. Odia la soledad, por eso sus pies no corren gloriosos tras las brisas del viento norte.
Teme perder el control, no reconocerse, enloquecer y…
Desparrama sus incertezas plegado en la silla, como un fuelle silenciado. Silenciado por la resignación de su ausencia. Ausencia que se percibe, clara, irrebatible.
El puño que lo condenó a esta eternidad inmóvil está ausente a simple vista. Para percibirlo hay que entrecerrar los ojos, pegar la lengua al paladar y respirar como un dios.
El piso del recinto es un tablero, blanco y negro. El parroquiano es la pieza dispuesta para la mano del jugador.
El jugador maneja la partida. Piensa, expectante, cual puede ser la movida del triunfo.
Hay un momento en el que nada es como debe ser. Se despliega por un instante la oportunidad de ser otro, de invertir los roles. Entonces y sólo entonces la palma se abre, la cabeza vuela tras ella,
El parroquiano toma la iniciativa, extiende la piel del jugador y la adhiere al bastidor. La piel picada como una galaxia. Infinitas galaxias donde cada poro es un universo, regado por venas hartas de cielo líquido, de circulación cansada.
El parroquiano juega a construir un mundo. Juega y decide. Para si se reservó el espacio del deseo.

domingo, 11 de octubre de 2009

Pacha

La sala del castillo oprime al caballero. Su armadura asfixiada quiere salir. Abre la puerta y vuelve a ingresar a la misma sala.
Ve a la anciana encorvada que se mece. Es antigua, es sabia de la tierra. La atraviesa con su espada.
Ella insiste en mecerse. Trae un reclamo de otro mundo, un abandono, una depredación. Le revolvieron las entrañas, le desacomodaron todo, le sacaron hijos.
Fue él, pero no lo recuerda. O recuerda que lo hizo porque fue necesario.
Ella teje y se mece. En la urdimbre aparecen los cuentos simples y eternos, legados de ancestros.
La anciana suma y multiplica los hilos para no equivocar el color, para no falsear la historia. La historia que habla de otra riqueza, de tesoros arrancados a arañazos, de su vejez ingenua, de la resignación sin remedio.
El caballero traspasa nuevamente la puerta. Vuelve a ingresar. Ella es débil pero lo retiene, no lo deja ir.
La armadura se va oxidando, sus movimientos se tornan lentos. No comprende, se aterroriza. Se empecina una y otra vez.
Ella enreda un hilo con otro, los peina, los cose puntada a puntada. Él, resignado abdica. La tejedora le acaricia los dedos tiernamente, los acerca a la maya, los teje. Transforma sus venas y su piel en lanzadera y los incluye en la urdimbre.
El lienzo y el caballero se confunden y se abrazan. Cierran la historia que pudo haber sido otra.
Firme como árbol añoso la anciana se hamaca en la mecedora vacía.

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sábado, 10 de octubre de 2009

Mal Debut

No sos un asesino, si ni te gusta cazar pajaritos. Ella te llevó, te llevó al túnel y no se veía nada.
Podías jugar en la vereda o en la plaza, pero no, tuviste que ir al caño porque del otro lado “hay un jardín hermoso”. Y ni sabes si es verdad. Te estaba mintiendo para que vayas con ella. Estaba todo oscuro y no se vía nada.
Llama a tu mama, quizá no esté muerta.
Tiene mucho pelo. Ves boludo, es un perro y esta mojado. Aquí hay unos zapatos ¿Dónde viste un perro con zapatos?
Sacala, llevala a la luz, me parece que sólo esta desmayada. Arrastrala aunque pese, total nadie te va a ver, por aquí no pasa nadie.
Fue ella la que te dijo que te bajes los pantalones y vos no querías y fue ella la que te empujó primero. Estaba loca.
No se porque siempre le haces caso, te tiene dominado. Ya se que huele como la piel de mama cuando riega las flores.
Respiraba fuerte, como un buey, como mamà y papà cuando están en la cama.
¿No será el linyera que vive aquí y te estas asustando al pedo?
Ella debe estar del otro lado en el jardín cagandose de risa. Ya había venido con otros pibes aquí. A todos les hace lo mismo, siempre quiere venir y si no la acompañas te llama cagon o nenita y claro eso a vos no te gusta, que te digan nenita como te dice ese hijo de puta de Tomás.
Te dije que no la beses, ¿Qué sabes vos de besar? Si no te sabes ni limpiar el culo. Ahora esta muerta ¿como le vas a explicar a la madre? ¿Le vas a decir que ella empezó primero?, ya no sos un bebe y esto es un asesinato. ¿Qué te costaba bajarte los pantalones?, se lo mostrabas y listo. ¿Qué te importa si Tomas tiene la pija más grande?, eso te hace recalentar y ella siempre se ríe de vos… Mejor que esta muerta así no la tenes que ver más.
No te pongas a llorar que es peor, te hubieras quedado en tu casa mirando la tele, pero no… te tenías que hacer el hombre.
¿Te creías que era verdad eso de que todos la habían tocado y vos no? ¿Ahora que vas a hacer? Salí del túnel, salí de esta oscuridad.

jueves, 1 de octubre de 2009

Nunca mas Gordo

Cada mañana me veo al espejo. El espejo pertenece a un sistema de objetos perpetrados para sumirnos en la ilusión. Nos acercan a la forma en igual medida que nos alejan de la esencia, de aquello que realmente somos. Si es que alguien tiene alguna remota idea de lo que somos.
En la zona central de mi cuerpo veo crecer día a día un universo estomacal. Se agregan continentes, mares, montañas y todo tipo de relieves en expansión. Esta situación se me hace difícil de sobrellevar, disminuye mi autoestima, me hace sentir la última mata de polvo en la galaxia.
Angustiado por la situación y para sacarme las culpas de encima, estoy en condiciones de asegurar que el culpable es que hizo el diseño de lo humano.
¿Por qué no hizo la abertura de la boca más pequeña y la del culo un poco más grande? ¿Por qué no intercambió las dimensiones?
Que lindo seria tener el agujero del ano grande y extensible como el de la boca. Basta de estreñimientos, laxantes, enemas, hemorroides, proctólogos sádicos y otras misceláneas que mejor ni nombrar.
Que bien nos vendría una boquita chiquita y fruncidita como un culete, comeríamos poco y todo bastante predigerido. No se necesitarían dietas, ni pastillas, ni tizanas, ni esos horrendos ejercicios facilísimos de hacer que promocionan por TV.
Con esta innovadora idea bastaría con un multiprocesador, un tazón y un sorbete. En lugar de llamar “todos a comer” diríamos “todos a chupar”.
Eso si, olvídense de la felatio, es sólo un pequeño efecto colateral.
Imaginen dejar de escuchar a la patrona diciendo:
- estuve tres horas cocinando, para que se lo engullan en cinco minutos y ahora me queda toda esa parva de trastos para fregar
Y de yapa la cantidad de pelotudeces y mentiras que dejaríamos de decir. Hasta es posible que dejen de existir los políticos.
Caerían en el ostracismo frases como “el pez por la boca muere” o “el silencio es salud”.
Ante semejante esfuerzo oral para pronunciar palabras casi incomprensibles, nacerían espontáneamente otras formas de comunicación, novedosas e interesantes. Roses, guiños, presiones, caricias, pellizcos en diversas zonas del cuerpo, pasarían a formar parte de un nuevo universo de expresiones.
Ahora me siento mejor, planteo el problema pero también propongo la solución, me merezco un sánduche de milanesa.

jueves, 24 de septiembre de 2009

El Estadio

El sistema fue el más justo que pudimos concebir. Quién puede ser completamente ecuánime cuando la vida está dando su último suspiro
Las ecuaciones resueltas expresaron el momento exacto del fin. Eran agonistas, tenían los días contados.
Se intentó todo: tratamientos químicos, ayunos, consultas al oráculo, sacrificios de animales, orgías para continuar con la procreación. Los extremistas cercenaron con sus propias manos las zonas afectadas del cuerpo. Nada dio resultado.
Me suplicaron días y noches. Hasta que comprendieron que era inútil.
Se despoblaron las Iglesias, desaparecieron las religiones y por último ya nadie se acordó de los dioses. Estábamos solos.

Se reunieron todos en el estadio y apenas se cubrió la mitad del espacio.
Sobre una plataforma en el centro se ubicó el coro: Los últimos diez niños alucinados que podían expresar los mensajes del lanzador de plegarias.
El lanzador atesoraba en sus manos la última esperanza. Si todo salía bien los premiados podrían continuar con vida y recomenzar.
El hombre se paró en la plataforma. Estaba desnudo, había cubierto su cuerpo con cenizas. Los niños se retorcían frenéticos a su alrededor.
Esgrimió su dedo gris como una batuta. Danzó mudo sus plegarias simbióticas. Danzó en un vuelo fugaz, danzó la historia desde el origen, fuera y dentro de cada uno.
Los niños ahogaron sonidos de sus gargantas descontroladas. Sonidos compulsivos, espasmódicos, como un canon de pájaros desvelados.
Se extendieron los confines de la piel en un trance colectivo y simbiótico
Al final dos humanos sin mácula, un hombre y una mujer fueron separados de la multitud. Sobre la sien del hombre anidó una garza mora. Con su pico agujereó el cráneo. Depositó los huevos al cobijo cálido de la sangre.
Del regazo de la mujer asomó un picaflor esmeralda, Se alimentó de sus entrañas y la fecundó.
Ahora veo a mis nuevas criaturas volar de árbol en árbol. Con sus rostros humanos entonan himnos en una lengua que no comprendo.
Ya no me imploran. No me necesitan No soy su dios. Entienden que han resuelto solos el dilema.
Resignado aguardo mi último suspiro.

martes, 15 de septiembre de 2009

Ocho brazos

A Juan Carlos la esposa le permitió conservar el departamento de soltero porque la convenció de que allí podría desplegar sus dotes de pintor. A pesar de que la amaba, necesitaba siempre la cuota de adrenalina que le proporcionaba las constantes aventuras. Perseguía el fantasma de una relación distinta, que le de un placer especial, que lo satisfaga plenamente.

Cuando entraron al departamento los asaltó un embriagador olor a aceites y trementina.
Los muebles reflejaban la extraña convivencia entre el arte y la trampa: cinco o seis luces tenues, un bar con forma de globo terráqueo, un mullido sofá, la alfombra peluda y un caballete.
Sobre el caballete un lienzo ajado y amarillento con un boceto. Según Juan Carlos reflejaría el inicio de la creación del universo. Para sus compañeros de juerga la posibilidad de un sin número de barbaridades elucubradas bajo los efectos del alcohol.

Alberto se acercó a la ventana, miró las aguas oscuras del Río de la Plata y preguntó:
- ¿A qué hora dijo que venía la mina? -
Desde que se había separado decía que quería ganar el tiempo perdido y hacerlas todas. Aunque los que lo conocían bien sabían que la herida no era fácil de curar. Cuando todo terminaba, siempre volvía a pensar en ella. No en ella, en la certidumbre clara de saber como es todo, como será mañana, como es compartir un silencio sin angustias. Porque de la separación sólo le quedó la tenencia inexorable del silencio. No podía olvidar lo acogedor del hogar perdido.

- No te preocupes ya debe estar por llegar -, dijo Juan Carlos.

El trío lo completaba Fredy, un solterón que vivía con su madre a la que debía cuidar. Desde que se conocían la madre estaba por morir aunque no siempre de la misma enfermedad. Sus miedos y las decepciones lo prepararon para recibirse de “experto en amores imposibles”. Con una mirada positiva se podría decir que era un idealista de esos capaces de guardar las heces de su amada en una cajita de música.
- ¿Será una diosa como dicen? ¿Una devoradora de hombres?, preguntó Fredy.
- Pero que diosa ni diosa, con dos vasos de whisky son todas más putas que las gallinas -, sentenció Alberto.

Sonó el timbre. Juan Carlos la hizo pasar.
Primero ingresaron unos ojos negros y misteriosos que los inmovilizó. Los miró uno a uno muy lentamente. Se sintieron vulnerados.
Era una dama con túnica de gasa traslúcida mecida por un viento inexistente. Su rostro mostraba una potente belleza que no era de este mundo, como escapada de alguna ensoñación.
Se paró en medio de la sala, erguida a punto de realizar una representación única. Sus movimientos emitían una melodía sutil. No había una zona de su cuerpo donde pudiera localizarse el sonido, emergía de un horizonte lejano, de un escenario imaginario en medio de un bosque añoso.
Los tres sintieron la necesidad de abarcar completamente esa música con todo su ser.
- ¿Cómo te llamas? - Preguntó Alberto.
- Kali - respondió ella.
- ¡Qué nombre raro¡ pero vayamos a lo nuestro ¿qué sabés hacer? -
Ella lo tomó a Alberto en sus brazos y lo envolvió dulcemente. El se sintió seguro como un guerrero que regresa al hogar para descansar las armas; ese hogar perdido y añorado. Se abandonó a un placer desconocido, más allá de lo genital. Todo su cuerpo se transformó en energía y satisfacción. Algo le dijo que debía estar atento, no perderse nada de ese momento. Nunca había sentido algo así; se vio inocente protegido por un fuego que siempre crepita, ese fuego estaba dentro suyo. Al fin cayó extenuado casi sin aliento.

Fredy se acercó a kali en actitud reverencial. Se postró a sus pies y los besó con vehemencia. Había encontrado su diosa, pero ella no se brindaba tan fácilmente. Lo obligó a atravesar primero el oscuro laberinto de sus pensamientos. Si se movía, o sólo parpadeaba toda la magia de ese instante, de ese secreto a punto de develarse desaparecería. Tuvo la certeza de que alguna espada experta le arrancaría la cabeza si se distraía.
La amante asumió el rostro de su madre convaleciente llorando de dolor. . La gran vulva lo absorbió y lo cobijo. Hipnotizado por una dulce melodía infantil, se empujo al abandono. Mecido en el regazo de la madre, sufrió y gozo intensamente. Comprendió como había vendido su voluntad por esta comodidad anestesiada.
Fue expulsado del vientre ya sin ataduras ni fuerzas para seguir.

Ella, desnuda, movió sus ocho brazos e integró todo en su ser. Su piel se transformó en una urdimbre negra y manchones de pelo brotaron de sus poros. Se arrastró sobre sus patas y comenzó a tejer una red alrededor de Juan Carlos.
Moviendo sus brazos copuló con él hasta la última gota. Fueron uno: hombre-mujer, macho-hembra. Se sintió integrado y perdido en el mejor acto sexual de su vida, ese con el que siempre soñó.

Ella fue todas las mujeres en una: la madre, la esposa, la amante.
La hembra agazapada decidió disolver ese mundo para que no queden vestigios de lo que fue.
Disolvió los cristales, las teclas, el rouge. Los restos de piel y de esperma. Rugió ahogada de aullidos y de sangre.
Solo quedó en pie una pequeña estatuilla de kali danzando.

domingo, 23 de agosto de 2009

El caldero

Las casaderas vertieron dos gotas de sangre en el caldero.
necesitaban buenos proveedores
y eso pidieron.

Luego las viudas tallaron sus yemas
querían compañeros para sus soledades

De la sangre mezclada salieron burbujas con sabor a deseo.

Las niñas querían un asno para montar
y jugar sus juegos nuevos
“a ser mujer” las empujaba la sangre que arrojaron en el caldero.

Ella bebió
Tragó hasta las virutas de hierro

Menstruó como reguero
brotaron lirios y crisantemos
se volvió fecundo el huerto
fecundo de misteriosas insatisfacciones
de esas en que cada cual obtiene lo suyo
pero no está completo

A coro reclamaron:
Devuélveme la sangre
que no se lo que quiero.

ventolera

Del mar bravío asoman muletas
Retorcidas.

Giran ruedas
de sillas de ruedas.

Se ven brazos sin cuerpos
y muñones
manos y garfios.

En la profundidad
arrecian aguaceros de paraguas
sin guaridas

Tortas de crema tiradas
perros lamiendo
agujeros

Bajo el agua
camisas
alfileres, ganchos, fuerzas
asfixias
rosas
leopardos
whisky
tugurios

Barbijos y guardapolvos
sirenas que lloran

consumaciòn

Quiero morirme

cuando encuentre su recuerdo
porque no la recuerdo

vacía
como garra en el vientre
tenaz

sola
asustada en el bosque
y la nieve cae de las ramas

muda
agitando un pañuelo blanco
detrás de los ventanales
con cara de niña
que envejece

en un tren apresurado
que voy a detener
al final

martes, 18 de agosto de 2009

Zarza

Aun recuerda las mañanas desoladas y los pimpollos marchitos. El puño de acero estrujando su estómago vacío. Los días idénticos en la recepción de la escribanía. Los atardeceres de TV y las noches agónicas.
Lila germinaba lento. Las oleadas de vida se desplazaran en puntas de pie y sin hacer ruido cuando pasaban por ella. Pero también la muerte se tomaba su tiempo.
Se acomodó entre aquellos que flotan por siempre sin echar raíces, sin rozar nada. Y se sentía sola, como un fruto seco, rodeada de musgo.
A él lo olió mustio en la vereda. Sintió que su misión era salvarlo.
Era un mosquetero de aguaceros e inclemencia. Se movía lento en la coraza de latas de dulce de membrillo que cubría sus harapos, tan sucia y oxidada como su cuerpo.
No necesitaba de nadie, sólo las monedas distraídas de los transeúntes.
Lo nutría el Paseo Colón. Y también lo guarecía entre sus extensas recovas. Se contentaba con el calor del sol sobre sus nervaduras, las gotas corriendo por la corteza y el tiempo de ser. No le hacían falta las palabras ni los significados ni las caricias ni el deseo.
Lila le regaló un alfajor y el roce de sus yemas. El palpitó con alguien del otro lado de su mundo.
Y se fueron incorporando mutuamente.
Ella aún recuerda cuando tomaba el desayuno, regaba los malvones, se subía al colectivo y le alcanzaba un pastelito. Se sentía fecunda con la esperanza de la polinización en el viento.
Se imaginó plagada de yemas de renuevo, con sus racimos de flores en péndulo.
Su mosquetero la aguardaba con sed de roció. Gota a gota la dureza de su baya fue madurando.
Para el tiempo de la cosecha, Lila lo llevó a su jardín. Rompió su caparazón de hojalata y lo limpió.
Nunca hubo dudas, él la salvó. Ella se lo agradeció.
Cogieron hasta que se les gastó la piel. Sospecharon que una brisa de amor circuló por sus tallos primitivos.
Pero los mosqueteros no se llevan con las simbiosis de invernadero. Y nunca le prosperó el intento de almacigo lejano.
Ella lo enterró en lo profundo. Lo envainó.
Transformó sus pies de aserrín en barro. Ató sus zarzas a las guías y lo orientó hacia los rayos de luz. Lo condenó a las acequias de 6 a 7 y de 11 a 12. Extendió sus esquejes para que las yemas prosperen.
El fruto maduro se pasó. A la hora de la cosecha las moscas lo aprovecharon.
A él se le transformaron las nervaduras en hilachas. Espantaron cuervos y trigales.
Lila, en la jaula estéril, aun recuerda el vuelo de las esporas…

domingo, 2 de agosto de 2009

El profanador

El acero dignifica la idea de lo permanente y de lo inerte. Gobierna la sala desde su frialdad estéril; mesada, bachas, puertas, camillas, instrumental y por sobre todo el temple de los profesionales. El resto, pulcros azulejos empapados en lavandina.
El grillete opresivo del control se esmera en limpieza y orden. Lo humano se disputa de a dos, aunque solo uno con el don de la vida.
Uno con la espalda abotonada por el guardapolvo que cubre desde el cuello hasta las pantorrillas. Todas las señas particulares enmascaradas entre el barbijo y el birrete.
Así se compone este mundo blanco, fulgurante, cegador.
Cuando el puente que separa al hombre de Dios era aun visible, los templos se construían en la cima de las colinas. Se lo circundaba de un villorrio pululante, cercado por murallas y pórticos. Se lo protegía, junto al palacio señorial, como el bien mas preciado del burgo. En el oficiaba el espíritu divino.
Como el templo, “El cuerpo humano es la morada del incognoscible” No son pocos que siguen esta verdad, ni menos los que quieren confirmarla o desbastarla.
Y en este espacio oscilante entre la vida y la muerte se libra la más antigua de las batallas, aquella que siempre se dirime pero nunca se resuelve.
Esta en sus manos atravesar la carne y buscar la verdad.
Todos esperan una respuesta, los familiares, los amigos, los deudos en general. Es su obligación dar una explicación lógica. Y ellos se ilusionan en que quizá, este dentro de sus posibilidades conocer la causa ultima del deceso.
En la sala se escucha el susurro implorante de respuestas:
Señor:
Dignifica mis manos, mi corazón y mi mente para que pueda entrar a tu templo y sortear este espejismo que oculta la verdad.
Poder decirle adiós a los campos de piel hilvanados con el cabello de un ángel constructor y a las redes de energía que circularon con absoluta exactitud.
Zonas de recuerdos sitiadas por ejércitos de olvidos. Vuelos de ruiseñores que ya no despegarán de los párpados clausurados. Besos que no tendrán como destino esta boca. Afirmaciones que ya no serán golpeadas sobre este pecho.
Ver la ausencia de la última brisa perfumada, soplados por el fuelle mudo.
Infinitos senderos que se esfuman sin ser tocados por los pies helados. El fin del esperma que nunca más coronara la caricia del gozo.
Señor:
Concédeme tocar la sangre y la carne a la que debo dividir como lo hiciste tú con los doce que compartieron el último instante.
Señor:
Permíteme con devoción introducir el bisturí y atravesar este cuerpo, en tu búsqueda.

viernes, 31 de julio de 2009

El desvelo

La bailarina danzó en mi alcoba antes del amanecer. A la hora exacta en la que la locura es un don.
Ingresó ataviada sólo con la sonrisa sabia de los que ven más allá del amor y del odio.
Me desveló de mi sueño febril para regalarme su cuerpo tenso de caoba. Fue la respuesta de los dioses a mis súplicas.
Su humedad de fuego enfermó mi sangre. Envainó mis miembros rígidos con la fortaleza de sus muslos.
Bailó en mi cama, bailó desnuda, bailó sobre mí.
Y yo lo hice dentro de ella.
Bebí sus jugos y me embriagué. Arrebaté su pubis y lo atesoré un en un lugar remoto que hoy no recuerdo.
Sus labios no se posaron en los míos. Sus labios tenían otro dueño, más allá.
Me desequilibré por su carniza, la ofreció para apurar mi caída. Me empujó y puso fin a mi historia.
Me molestó tanto no haber sido más para abarcarla.
No eyaculè, quería hacer eterna esta felicidad. Le ofrecí el llanto como mi mejor orgasmo.
Sospecho que se esfumó por la cerradura o la maté. Es un misterio que no es necesario resolver. Ella fue la única certeza que visitò mi alcoba.

domingo, 26 de julio de 2009

Cazuela

Para disfrutar una buena cazuela primero hay que definir de que la queremos hacer. Podemos optar por: cazuela de mariscos, de ave o de olvidos.
Si decidimos hacer la de olvidos es muy útil tener en cuanta que los ingredientes principales son los rincones. Hay que buscarlos, no se consiguen en cualquier mercado.

Los comerciantes obtusos, los que no quieren cambiar son poseedores de varios miles de rincones en ángulo.
Están los curvos, pero hay que tener cuidado de no perderse en ellos porque a veces se pasan de húmedos, mullidos y en apariencia acogedores.
Las puertas que se cierran de un portazo le dan un sabor agreste, casi violento. Es sólo para paladares acostumbrados.

Sin embargo hay ingredientes que se tiran en picada dentro de la cazuela. Son suicidas. Al caer se lastiman y se dejan la herida como una insignia. Si uno los sabe parar a tiempo, sin excederse en la cantidad necesaria, le incorporan a la preparación un dejo romántico y enamoradizo que le va muy bien.

La cazuela se sirve en mantel blanco y con las sillas vacías. Los comensales no le sientan a este manjar.
Para mejor presentación del plato se desparraman azarosamente sobre la mesa algunas manchas indelebles de un pasado incierto. Puede suceder que uno intente verlas en detalle, pero al concentrarse y hacer foco el color se diluye y al fin el tizne es un borrón que no estaba allí. O se corrió algunos centímetros, lo mejor es dejarlas que se acomoden donde mas les guste.

Esas pequeñas incrustaciones de cera sobre la tela son infaltables velas apagadas a destiempo.

Al costado del plato de sitio, sin dudas se ubica la servilleta con el aliento de la despedida. Tiene en el borde un monograma con el nombre que es doloroso recordar.

sábado, 18 de julio de 2009

Tumio

Tumio era escalèctrico. También figurìtico, cuartiquèmico, manchico, en fin, lúdico.
Era un animal de la calle. Hacía fumar a los escuerzos, pinchaba sapos, cazaba mariposas, bajaba pájaros a pedradas, aplastaba insectos.
Un día fue sólo al campito. Le divertía buscar cosas extrañas y después mostrárnoslas. O quedarse solo, como un alquimista, a pensar nuevas fórmulas.
Descubrió un animal muerto. Era un caballo, o un perro, o una cebra, o un gorila. No se sabía bien porque estaba muy hinchado. Tumio lo pincho con una vara. Y le saltaron los jugos a la cara y luego al resto del cuerpo, lo empaparon, lo embebieron.
Nadie lo socorrió, él era impecable para desaparecer. Ni Dios se dio cuenta de lo que estaba pasando. Después se enfermó y después se murió.
Fue el primero en el mundo.
Inauguró esto de que un niño se pueda morir. Fue una sorpresa para todos, la muerte era un territorio reservado para los viejos. Tumio era muy creativo, él inventó la muerte de niño.
Fue un funeral de dormitorio. Y de comedor. No había salones para velar gente y menos niños.
De negro riguroso para todo el mundo. Multitudinario en las calles de tierra.
Con ancianas llorando a un casi desconocido, sentadas en sillas de paja haciendo fila en los zaguanes de las veredas de cada casa, cuchicheando en dialecto, conmovidas por la novedad de una fiesta confusa entre la risa y el llanto, un llanto que daba vergüenza no llorar.
Nosotros quedamos desamparados de música, de radio, de risas y de juegos por diez días. Diez días eternos, que esperábamos terminen antes de que termine nuestra niñez.
Por diez días fuimos una banda de juegos no jugados y de brazalete negro.
El luto en el brazo solo nos permitía hablar. Contar la historia de Tumio: de cómo dudábamos de que sea bien recibido en el cielo, de cómo lo mataron los padres que no se ocupaban de él, de lo extraño que era, de cómo se metió dentro del caballo para explorarlo, de las convulsiones, de las verdades que develó traspirado en fiebre, de los otros que estaban con él y lo abandonaron, de la piedra con que se golpeó la cabeza, de su carne podrida por los jugos.
Desapareció el campito, las mariposas, el barro de las calles, los días a la bartola.
Tumio resistió. Lleva más de cuarenta años como el niño muerto y todavía no lo podemos enterrar.

sábado, 4 de julio de 2009

El rugido

A las 20:18 PM quedé ciego.
Se desplomó el ramillete de mis manos. Perdí el control. Hubiera querido volar pero no había viento. La quietud me produjo nauseas.

Estaba sólo, nunca nos habíamos separado.
Fue entonces cuando las pezuñas rasgaron el polvo, las fieras rugieron, los desconocidos me amenazaron y no supe como defenderme.

Definitivamente me había abandonado, lo leí en el informe. Lo confirmó mi piel insensible, mis líquidos secos y el aire ausente.

Si se hubiera quedado no me molestarían las estacas en mis manos. No tendría porque introducirme en esta grieta amenazante a buscar algo perdido sin saber que.
Se iría el sabor agrio de mis fauces, no lamería las heridas.
Me recuperaría, volvería a sentir los estigmas. No añoraría el origen.

Si se hubiera quedado junto a mi, no le daría el beso al loco agazapado en los confines de la caverna, ni lo absolvería eternamente.
No sentiría la dulce melodía infantil como un zumbido constante.
No repetiría esta oración entrañable.
No la llamaría con un rugido hasta el fin del universo: Puta, mil veces puta.

domingo, 7 de junio de 2009

Perros de playa

Todos sabemos que el perro de playa tiene más energía que el que no es de playa. A simple vista parece un poseso. Ve enemigos en la espuma de mar, en el movimiento de las olas, en la arena que vuela con el viento y en todos los pequeños animalitos que se desplazan rápido y se ocultan más rápido aún. Etcétera. No tiene objetivos claros, ladra y dentellea incansable hacia un lado y hacia el otro. No se sabe claramente si se divierte o sufre. Cualquiera sea el caso su actitud es alterada y nerviosa. Etcétera.
Se puede tratar de direccionar ese tremendo caudal de energía proponiéndole algún objetivo. Debe ser simple y comprensible inmediatamente, ya que no se logra que los individuos de esta especie mantengan la atención más de unos segundos.

González era un ejemplar típico. Su patrón fue a la Playa con la firme intención de apoltronarse sobre la reposera sin mover un dedo. Claramente los miembros de la pareja tenían intenciones antagónicas. El perro no paraba de correr, ladrar y moverse como un espástico. Etcétera. Esto se acentuaba cuando era inundado por el agua salada. En ese momento se transformaba en una especie de lombriz en un happening frenético saturada de psicofármacos.
Don Tito llevó la pelotita de goma como antídoto. Pensó que si se la tiraba muy lejos tendría unos minutos de paz mientras González iba a buscarla y se la traía hasta su regazo. Y así fue durante más de dos horas.
La secuencia era la siguiente: Con el brazo derecho lanzaba la pelotita con la mayor fuerza posible, intentando no pegarle a nadie, cosa que en general lograba. Luego la dicha de unas respiraciones profundas, jadeos y hasta pequeños ronquidos. Por último un súbito volver a la realidad de un almohadonzazo peludo, húmedo y babozo. Etcétera.
Cuando ya había decido regresar al departamentito para ver si la patrona le daba algo de comer, González regresó con dos objetos en el hocico. Una era la pelotita bicolor y el otro, de lejos, parecía una ramita seca seguramente de algún tamarindo de las dunas que separaban la playa de la avenida.
A medida que el perro se acercaba, Don Tito fue viendo al objeto desconocido de un color claro y con la punta carmesí. Cuando el perro se lo entregó pudo comprobar que estaba dividido en tres secciones similares y si no recordaba mal, los nombres de cada una eran: falange, falangina y falangeta.
Ni siquiera había tenido el tiempo suficiente de terminar de observarlo cunado fue increpado a los gritos por la dueña del apéndice.
- su perro me arranco el índice – dijo señalando a González con la otra mano, o mejor dicho con la única que poseía el dedo correcto para señalar.
El perro estaba feliz, por fin tenía muchas personas con las que jugar. Los demás bañistas también.
Parecía que iba a ser otra aburrida mañana playera. Por fin pasaba algo distinto al monótono grito de los vendedores ambulantes, los inconclusos castillos de arena, el campeonato de tejo y los mates lavados.
- Señora, el sólo estaba jugando, no sabe lo que hace ¿Por qué no se lo pega con la gotita? – intentó con poco éxito Don Tito.
- ¿Usted me está cargando? ¿no sabe que el dueño tiene que controlar a los animales? Está prohibido ingresar al balneario con mascotas-
- ¿Dónde dice? Yo no vi ningún cartel –
- ¿Tiene seguro? Porque este dedo me lo va a tener que pagar, si no prepárese porque esto le va a costar un ojo de la cara- Sentenció la amputada.
Mientras González intentaba darle la pelotita a alguno de los muchos espectadores, a los que él ya consideraba su público.
Poco a poco la gente fue cambiando de bando, al principio todos estaban indignados con la fea actitud del perro y con la irresponsabilidad de su dueño. Pero como dicen en el cine nunca actúes con niños ni con perros porque deslucen al protagonista. Etcétera.
Y González a fuerza de tesón y simpatía se los fue ganando. A tal punto que varios le sugirieron a la anciana que la cosa no era para tanto y que en cualquier clínica de la zona se lo pegaban en un santiamén.

Los muchos anónimos comenzaron a aplaudir, seguramente se perdió un niño o el bañero rescató a algún intrépido que se aventuró más allá de sus posibilidades. Pasó el barquillero y una nube robó unos minutos de bronceado. Etcétera.
Las olas imponían su fuerte presencia tan rápidamente como se desvanecían. En los balnearios nada perdura. Se pasa en un abrir y cerrar de ojos de una solitaria ciudad fantasma al bullicio de la metrópoli en pantalón corto.
Y sin darse cuenta nuevamente al frío de la soledad y la tensión de la espera.
Cuando el balneario se apaga, los perros de playa dejan de serlo, mutan a perros de ciudad: gordinflones, dormilones, rutinarios. Etcétera.

martes, 12 de mayo de 2009

Gabo

Hace tiempo me pidió que diga las palabras, quería que haga un semblante de su persona:

Colibrí. Siempre fue colibrí o ruiseñor. No gorila ni oso. Nunca tuvo los excesos del esperma. Pero igual fecundó. Giraba sus alas de flor en flor, hasta que le sangraban. Degustaba una tras otra sin quedarse con ninguna. Nunca era suficiente, nada lo completaba; buscaba una satisfacción sutil, inexistente.

Su padre, a modo de castigo por haber venido a desequilibrar la monotonía de su vida anestesiada, le puso Floro y lo condeno a la incertidumbre.
No pudo ser campo de Marte o tierra arrasada, como se le pedía. Tampoco tuvo la suficiente entereza para asumirse como vergel de primorosos colores, como le gustaba imaginarse

Dialogaba con sus fantasmas constantemente. Toda su energía, que era poca, la gastaba en un soliloquio constante.
La mirada siempre perdida como si estuviera viendo más allá. No tomaba decisiones, no supo armarse una vida ni un amor. Solo era buena para mimetizarse con los sucesos de alrededor. Cuando quería más recurría a las pastillas. “La felicidad es una formula química” decía e ingería un frasco.
Si creyera en los espíritus diría que estaba poseída, por algún demonio o por viejos muertos sin enterrar.
Siempre llevaba consigo una caja de madera tallada llena de máscaras: venecianas, Mongoles, de Durban o de algún otro lugar recóndito. Con ellas cubría su rostro según las circunstancias. Afirmaba que de niño había sufrido una herida muy grave que lo hacia repugnante a la vista de los otros, por lo que no podía mostrarse tal cual era. Nunca se supo si fue verdad.

Poco a poco fue perdiendo todo, especialmente aquello que le daba identidad: el deseo. Le espantaba el contacto íntimo con otros cuerpos. Solo tocaba objetos. Era atractivo, levemente pedante. En el fondo se sentía nada, un cínico pusilánime, un ballet sincronizado de mecanismos de defensa.
Poco a poco se fue separando del mundo y lo perdió todo. De la separación sólo le quedó la tenencia del silencio.

Ahora que falleció puedo abrir este sobre que dejo lacrado para la ocasión. Quizá contenga la leyenda para su epitafio:
“Por fin se bajó el telón de esta insostenible farsa. Desde este agujero les grito mi silencio irrefutable”.

viernes, 10 de abril de 2009

Exégesis Incierta


Es curioso el comportamiento del águila negra de pleamar, más bien extraño e irreal.
Apenas lo supe no pude dejar de pensar en verificar las características específicas de sus conductas.
Sólo por satisfacer mi curiosidad y mi natural desconfianza, una noche de otoño viaje a la comarca en la que habitan la mayor cantidad de especimenes. Prefiero no develar el nombre del lugar para que no se llene de curiosos. Todos sabemos lo inescrupulosos que son. Nunca van a faltar los que intenten profanar este santuario donde, luego pude corroborar con creces, se concreta el ritual de este casi inexistente pájaro.

Con la cabeza llena de sueños y un poco malhumorado por lo inusual de la hora (3 AM) llegue al peñón desolado.
Entre tropiezos y a tientas pude encontrar la vera del mar. Era una noche especialmente oscura, sin luna ni estrellas. Una tenue guirnalda de luces lejanas, seguramente provenientes de las barracas de los pescadores, daban sensación de dimensión a un paisaje extremadamente plano. Sólo se veía un islote lejano de pastizales ralos e inclinados hacia el poniente por la persistencia del viento.
Mis mullidas pisadas sobre una arena gruesa, con la consistencia del carbón molido y el soplido de las olas eran los únicos sonidos dispuestos a ser escuchados.

“No entiendo como lo hace”, pensé. Como la corporización de un fantasma, de un golpe seco, apareció mi amigo Charly.
El sabe todo lo que hago, mis inquietudes, lo que me preocupa y desvela. Comparte el letargo de mis días monótonos y también la erupción de dispersos momentos afiebrados.
Que haya recordado este proyecto y que me haya encontrado en medio de la noche hacen de Charly un ser increíble. Es cierto que casi no habla pero estar con él es sentir un inmediato bienestar, dejarse invadir por la sensación de refugio, de lasitud, de ensueño placentero.
Lo que si, es un juerguista implacable. Misteriosamente, cuando aparecen otros, se las ingenia para esfumarse de forma tal que no lo vean. Siempre me deja mal parado, tratando de convencer a mis interlocutores de que no estaba hablando solo, de que había alguien aquí conmigo, hace un instante. Otras veces asoma su carita de gnomo por detrás de la gente, hace sus muecas y logra distraerme. Termino sin entender lo que me estaban diciendo. Lo hace a propósito porque sabe que soy capaz de soportarle todas sus locuras sin recriminaciones.
Juntos nos paramos a otear el horizonte; diría a olerlo o escudriñarlo porque solo la fluorescencia del agua nos permitía sentir que allí había vida y movimiento tal cual lo conocemos.

Como un amanecer imposible, a destiempo, algo inmaculadamente blanco se abrió camino hacia nosotros en la infinita negrura.
Si alguien se atreviese a intentar describir el sonido del ave planeando, flotando sin mover las alas, aprovechando las corrientes aéreas, seguramente afirmaría que no proviene de esta dimensión.
Hay que estar preparado con conciencia corporal y exaltado espiritualmente para escuchar el movimiento.
Como un intento torpe describiría su traslación de la siguiente manera:
Surge del horizonte, de la nada, o de un origen intangible. Sería acertado describirlo como un proceso lento y trabajoso, estudiado hasta el cansancio, como la danza de un Dios que sabe que en su realización evita que se disgregue un mundo.
A ciegas, intuitivamente, tracé su recorrido en mi anotador. Parecía no tener desplazamiento vertical, se movía siempre a la misma distancia del mar. Sin embargo, su movimiento horizontal siguió un trayecto exacto. Pude vislumbrar como su andar seguía fielmente el contorno de su propio cuerpo.
En un punto justo, se detuvo estática. Era un lugar indiscernible, a pesar de los esfuerzos nos fue imposible ubicarlo en el mapa. El ave de ensueño aparecía y desaparecía al ritmo del parpadeo de la mirada.
Sabíamos de su redoblado coraje. Ya había pasado por la dolorosa auto cercenación de todas sus plumas. En lo alto de la montaña, en una cueva aislada de todo se las arrancó una a una con el pico; las que tenía ya no le servían para enfrentar su hostil existencia. Ahora renovada por el dolor, estaba dispuesta a cerrar el círculo de su propia mutación.

Pudimos distinguir claramente que la luz emitida desde su pico eran dos piezas de ajedrez de marfil, inundadas de vitalidad. Los campos magnéticos del rey y la reina colisionaban y se intercambiaban en espiral constante, separados y unidos a la vez.
Las piezas incorporaron energía y masa de su alrededor aumentando de tamaño; hasta casi hacer quebrar al pico del águila. Llegaron a equiparar el mismo peso del cuerpo de su transportador.
En un acto de supervivencia, a sabiendas de que era su única oportunidad, el águila dejó caer a una de ellas a las profundidades del océano. De una sola dentellada soltó a la dama, mientras absorbió parte de la inmensidad en sus fauces.
Charly, en silencio, que es como se cuentan los mitos me explicó que este quiebre de la pareja es un desgarro esencial, una herida que nunca sanará. La reina bebió la última lágrima del rey y con ella sació su sed infinita.
- “La sed eterna sólo se sacia con la lágrima del otro, del que nunca debimos separarnos”- dijo Charly.
La sal hizo que al caer y encontrarse con las aguas la reina se disuelva y sea una con el océano. Un resplandor intenso iluminó la superficie del mar. Nos sentíamos participes de la coronación de la reina de la ciudad sumergida.
El águila vino a traernos la otra pieza, en forma de ofrenda. Como en un sueño su impulso no tenía efecto, se movía, pero no avanzaba.

Esta historia nunca culminaría, a pesar de que todo estaba dado para ello. Supimos que sin nuestra mirada nada de esto hubiera sucedido. Alguien nos hubiera ido a buscar hasta el último rincón del universo para que estuviéramos aquí, ahora. Nuestra presencia es la del participe necesario sin la cual nada puede suceder.

domingo, 29 de marzo de 2009

Desollado

Las autoridades han comunicado que se debe prescindir de todo. En el nuevo hogar todas las necesidades estarían satisfechas. Con fuerza de ley propiciaban el fin de una historia. Ya habían comenzado las obras. Impulsadas por la mano del hombre, las aguas del río dejarían de fluir por su cauce natural para buscar nuevas oportunidades en la ciudad: recorrerán los paseos, las plazas, los callejones y las casas.
Las cicatrices resecas del pavimento de la avenida al fin saciarán su sed. Los muros, las moscas de la carroña, las muertes súbitas y todo lo demás beberán hasta el hartazgo, y en el final el agua reemplazará al aire.
Todos en el pueblo estaban enterados y preparaban sus éxodos con pinceladas de nostalgia confusa y esperanza de que lo nuevo pueda ser mejor.
El sabía que sólo le quedaban tres o cuatro horas para unirse a la caravana, pero igual no se apresuró.
Miró a su alrededor como si fuera la primera vez o la última. Los objetos estaban impregnados de huellas y pasado, como un cuerpo que guarda las cicatrices de viejos combates. Los tocó, los olió, y de alguna forma se unió a ellos. Se los podía llevar pero perderían su equilibrio, el que habían logrado con tantos años de convivencia.
Los muebles, los retratos, las telas y lo demás formaban un sistema. Un sistema de lazos mutuos que funciona en conjunto, donde cada parte y el todo son la misma cosa.
La mesa irradiaba luz como el astro central; su presencia contaba una historia plagada de guiños, de silencios y de sonidos que no son necesarios nombrar. Había nutrido de alimentos, manos y palabras. Lo demás se constelaba armónicamente a su alrededor. Los objetos más cercanos iluminados, los más alejados semiocultos.
Las ropas sin cuerpos danzaban sudores de tareas y amores compartidos.
Sentadas al piano, las hilachas del vestido de tul improvisaban viejos desgarros.
Debía abandonar todo. Nadie le explicó como dejar su niñez astillada como el cristal de la luna, los amores a puñaladas, las constantes celadas de la cama. No hubo folletos que indiquen como abandonar lo que se concretó ni tampoco lo que sólo quedó en amenazas.
El baúl vomitó su contenido de olor agrio, sabor amargo e infelicidad; todo tan querido y propio. Sintió que tenía que ponerle alas para salvar sus tesoros del inminente naufragio.
¿Como haría para embalar tantos sueños afiebrados? Los suspiros, las enfermedades, los desvelos, los besos, la baba, el sexo.
Debía recoger sus pisadas y ordenarlas: ¿por fecha? ¿Por intención? ¿Por mutaciones?
Algo no estaba bien.
Un vaso a medio llenar le susurró al oído su indecisión, le habló del puente, de las dos orillas y del abismo. Le ordenó saltar o retroceder.
Se dio la cabeza contra una pared y tomó la decisión: no entregaría su universo. Ni sus recuerdos ni sus olvidos. ¿Por qué volver a nacer, si esta vida no había terminado?
Apuró lo que quedaba del vaso y se desnudó.
Furioso destrozó la mesa.
Como un aborigen agazapado decidió disolver su mundo antes de entregarlo.
Hizo un amasijo agobiante de libros, vidrios, loza, teclas, restos, leña, cuero, esperma, pezuñas, lanzas, rituales, cabelleras, sangre, aullidos…
Con la oreja pegada al piso escuchó…

viernes, 13 de febrero de 2009

Siempre hay una primera vez


En el fondo, detrás de un alambre tejido y un techo de chapa: un gallo y tres gallinas conviven con las moscas que revolotean alrededor de veintidós cuerpos amarillos.
La suave brisa de primavera arremolina las leves plumitas de los recién nacidos.
El niño luminoso admira su obra.
Hace apenas unas horas, guiado por la mano cálida de su madre dio vuelta la hoja del libro troquelado que mostraba a los alumnos con bufandas y la nieve en los tejados.
Con el aroma de puchero en la nariz vio aparecer, en cartón coloreado, a los pájaros y a las mariposas sobre los pimpollos a punto de reventar.
Aceptó la consigna: es la hora de renovar, de limpiar. Seguramente le agradecerían el baño lustroso que les acababa de dar a las veintidós crías.
Casi a diario había visto a la abuela arropar con devoción a los huevos con galladura. Usaba un giron de franela del saco viejo del abuelo. Si hasta ungió a la bataraza clueca a la categoría de reina. La sentaba en el trono que siempre fue suyo, el de la falda-delantal impregnada de tareas.
De repente, como un vendaval, se sintió sitiado. Pero no lo estaban felicitando. Debe haber un error, pensó ante los furiosos rezongos desdentados de la nona.
Después vendrían los tirones de orejas, el pedido de explicaciones y la sensación indudable de que algo muy importante se le había perdido.
Vio como la lluvia decoloraba lentamente las imágenes que en un minuto se transformaron en pasado. Los torneros de fútbol en la cancha de Pepo, la cuarta y quema, el espejito por la figurita difícil.
Pero igual se sintió poderoso. Como un semi dios (o como medio dios) al que se le asigna sólo la mitad de la tarea: “no podría dar vida…”. O quizá, vio que la línea que divide el bien del mal pasa por el centro mismo de su corazón. ¿Y quien esta dispuesto a destruir un solo fragmento de su propio corazón?
En un punto y a pesar de todo disfrutó del momento. Por primera vez contemplo el otro lado, lo integró y lo amo.
¡Que importancia tenia ahora lo por venir¡: El zumbido del aire comprimido deteniendo el vuelo de los pájaros, el agónico aullido de los gatos en el tacho lleno de kerosén o la luz extra terrestre iluminando a las vacas desangradas a la media noche.
Dicen que la primera vez es la mejor. A su manera él lo vivió así. El niño sombrío contemplo extasiado esos gloriosos veintidós cadáveres amarillos.

Jorge

jueves, 29 de enero de 2009

Colacionado

Él detentaba el control y lo usaba. En cada cambio, la falta de luz ensombrecía levemente el cuarto por unas milésimas de segundo. Luego se sintonizaba otro canal y todo volvía a la normalidad.
Un cambio de posición hizo crujir el piso de madera y ese era todo el sonido esperable en la monotonía del atardecer, de este y de todos los atardeceres.

Sonó el timbre. Abrió la puerta y recibió un sobre, tuvo que firmar y aclarar. El cartero se esfumó como un aparecido; no se sorprendió ya había visto esa forma de desaparecer en varias casas de la cuadra. Ahora entendía porque.
Ingresó, abrió el sobre, se puso los anteojos, pasó la vista rápidamente por las cinco palabras y apoyó el telegrama sobre la mesa. Se miraron un minuto, no había nada que explicar.

Fue al cuarto, sacó la ropa de los cajones y la acomodó en seis pilas. Escribió los nombres de los destinatarios en cada montículo. Hizo lo mismo con sus pocos libros desgastados por el polvo de los años. Luego le toco el turno a los zapatos y los otros objetos que consideraba importantes.

A pesar de que el pacto haya sido suscripto por El y los patriarcas de todas las iglesias, siempre lo consideró absurdo. Tan absurdo como los comerciales que se difundieron a mansalva para divulgar los alcances: “Evitaremos las despedidas improvisadas, desprolijas, desorganizadas” decían los slogans. ¡Que idiota podría creer que por una ley se acabaría eso de “y…se nos fue de repente”¡ Jamás habría una oportunidad única y definitiva para completar los proyectos truncos o hacer realidad las ilusiones insatisfechas. Pero con el tiempo fue entendiendo con resignación, como, la irrefutable certeza condenó a lo imprevisible a una muerte triste. Nunca más la mano del destino arrojaría el dado del azar. El fin siempre sería pautado, avisado, inamovible.

Abrió el baúl donde guardaba las joyas, algunos dólares y dos o tres cosas más. Encontró el sello de goma con su nombre y cargo: “Efrain Ludueña Gerente de facturación”. Por un instante se volvió a sentir importante. Recordó su mejor momento, tenía gente a cargo, tomaba decisiones y era respetado. Pero luego vinieron los jóvenes profesionales y lo fueron haciendo a un lado.
Llamó a Laura, le entregó la llave del baúl. Le encomendó que el piano se lo lleve Matilde, desestimando la probabilidad de que le suceda lo mismo que a él: compró el instrumento y nunca llegó a tomar una clase. Ahora era demasiado tarde.

Se fue a bañar y afeitar.
Laura quiso corroborar la hora exacta del desenlace, se acercó a la mesa y tomó el telegrama. Faltaban tres horas. Él tenía tiempo suficiente para matarla, si quisiera; podía hacer o decir todo lo que se le ocurra, la ley se lo permitía. Laura leyó un pequeño folleto que lo aclaraba todo y sintió pánico.

Hacía tiempo que no se llevaban bien. Prefirieron conservar el recuerdo de la piel tensa a ir corroborando el surgimiento paulatino de los surcos. No se tocaban desde hacía años. Tampoco atinaron a crear un mundo propio, de cada uno. Siguieron juntos por temor a la soledad. Hubo momentos en los que se odiaron, luego entendieron que no valía la pena tanto esfuerzo.
Rígido, se sumergió en la bañera mientras imaginaba las puteadas que podría escupirle en la cara a su jefe, ese rufián chupa sangre. Luego pensó en su suegra, vieja arpía; y en sus hijos que nunca lo visitaban.
También pensó que él mismo podría organizar su propio funeral. Una linda recepción, con todos sus amigos, una rubia despampanante saliendo de una torta; incluso ir caminando al cementerio, arrojarse dentro del poso y tirarse el primer puñadito de tierra. En fin, retirarse por la puerta grande.
¿Y si no les daba el gusto? ¿Si terminaba con todo ahora mismo? Podía elegir la hora y la forma si quisiera. Se vio balanceándose con la soga al cuello y la baba corriendo por la comisura de sus labios. Todos sobresaltados, con sus manos temblorosas y nuevamente la incertidumbre galopando en sus pechos. ¡Qué momento¡
Estaba desnudo, sintió frío. No tuvo el coraje de dar la dentellada. Dejó que todo sucediera de acuerdo a lo previsto, había llegado la hora de apurar el último trago. Un grito ahogado y una lágrima se le escaparon sin poder impedirlo.
En el fondo, Laura sabía que todo sucedería sin sobresaltos, como habían transcurrido todos estos años. Por fin llegó el momento que tanto había esperado. Tomó el control y puso el canal que se le antojó.

jueves, 8 de enero de 2009

Tango celeste

Atardece, los claroscuros se balancean sobre la vereda al compás del farol.
Dos seres de una luminosidad asombrosa buscan el almacén de neón. Se ve claramente que no son de aquí, son extraños. Aparentan ser humanos, pero el buen observador desconfía.
Ingresan al comercio y describen lo que necesitan: Un cartel luminoso en letra cursiva inclinada que diga “después”. Piden específicamente que esté confeccionado con los mismos materiales que los otros del barrio.

Sucede que en el reino celeste se cuidan de que aquí en la tierra no se pronuncie el nombre de Dios porque en ese preciso instante todo retornaría a la nada original.
Pero el nombre de Dios no es sólo una serie de letras bien hilvanadas. Para que esté bien dicho debe tener un poco de dolor. Además de una brisa perfumada soplada por un fuelle mudo, el candor de lo que se dice con las entrañas y una dosis justa de infinito.
Hubo un alerta y las jerarquías zozobraron cuando un poeta cantó “Sur, paredón y después…” Y eso fue tan grande que los ángeles lloraron.
Pero pasó. Quedó sólo la sospecha de que algo se cocinaba en ese suburbio.
El golpe de gracia lo dio otro cuando dijo: “después, que importa del después, toda mi vida es el ayer…” Y desaparecieron ciudades, lagos, hombres e ideas. Fue una noche rara, hubo voces de alarma en los cuarteles del Olimpo.
Trabajaron incansablemente reponiendo los faltantes antes de que nos diéramos cuenta.
Sólo algunos locos, borrachos y poetas palparon un sentimiento de perdición especial. Aprovecharon y dieron lo mejor de sí, como si fuera la última vez.

Ahora no querían más riesgos, enviaron a dos de los mejores para que la retiren de circulación. Debían hacerlo a la usanza del lugar.
Primero recorrieron el barrio. Fueron baleados por los carros repletos con las pertenencias de dos viejas crotas, pero sobrevivieron. Los patearon con tamangos agujereados de los pibes sin nada. Casi los muerde una banda de perros a la luna. Al fin sonrieron con los bufones del semáforo haciendo sus gracias a cambio de pan
Entendieron que todo el asunto nació en el Paseo Colón en donde se niega la existencia de Dios.
Fueron invitados a ingresar al lugar por un bandoneón de neón multicolor que se enciende y se apaga, incansable. Sólo estuvieron unos instantes en el sórdido recinto húmedo y cálido como un vientre. Estaba lleno de poetas en busca de inspiración.
Ya tenían lo que necesitaban. El cartel que dice “después” fue colgado en un sistema lejano, fuera del alcance de los inspirados. Algunas estrellas celosas lo miraron de costado.
Y para curarse en salud, aprovecharon y se llevaron a quien mejor la pronunció. A ese lo instalaron entre la osa mayor y la Cruz del sur. Los astrónomos supieron inmediatamente que nombre ponerle a la nueva galaxia. Sin saber porque la llamaron “Polaco”.

lunes, 5 de enero de 2009

MUM – La otra música

Comentario del concierto brindado en el Teatro del Pueblo – Ferrara

Se sabe bien lo difícil que se torna subsistir en estas latitudes, para los artistas que intentan hacer música experimental, creativa o simplemente distinta. Pero no sucede lo mismo en todo el mundo. El sello Ingles Fat Cat, especialistas en lanzar a cierto mercado las creaciones de músicos independientes e innovadores han hecho lo propio con la última producción del grupo Islandés MUM.
El CD se llama “Summer make good” fue concebido y escrito en un retiro en el faro de una isla del noroeste de Islandia, y luego grabado en otro faro abandonado. Esta circunstancia lo hace ser una creación conceptual, profunda y poética.
Cuando hablamos de Islandia sabemos que la referencia musical indiscutible es Bjork quien consiguió una gran popularidad con su pop electrónico vanguardista, pero no es lo único que este misterioso país nos puede ofrecer artísticamente. MUM es una banda de cuatro jóvenes, casi adolescentes, Gunnar Om Tydes, Orvar Smarason y las gemelas de formación musical académica Gyoa y Kristin Valtysdottir. (Luego Gyoa se separo de la agrupación para continuar con sus estudios de violonchelo) que comenzó a sonar en 1997 en Reykjavik.
En la gacetilla del concierto dado en “il teatro dell Popolo (Ferrara – Italia)” se anuncian como rock melancólico y verdaderamente después de escucharlos es muy difícil definirlos. Intentemos el método de la aproximación. Son seis componentes que ejecutan una variada gama de instrumentos acústicos (melódica, acordeón, serrucho con arco –si, aunque no lo crean- viola, violín, arpa china, un violín extraño con una cornetita, y porque no, algunos pequeños instrumentos de cotillón) mezclados con varios teclados, guitarras, bajo, batería y la isla de edición electrónica. Logran un interesante equilibrio entre los ritmos electrónicos, las melodías Pop y ciertas texturas clásicas y folclóricas, pero no por ello deja de ser un sonido difícil a primera audición. Pero si se logra conseguir la llave y descifrar su misterio, tiene para ofrecer un mundo expresivo, oscuro, rico y encantador.
Todos los integrantes son multiinstrumentistas, quizás como única fórmula posible para llevar sus complejas creaciones a escena. La voz de Kristin es aniñada, muy sutil y tremendamente dramática. Las melodías rescatan texturas de leyendas de viejos pescadores, faros de fin del mundo, tormentas gélidas, niñas perdidas en bosques oscuros, juegos solitarios de la niñez, islas horadadas por incansables olas heladas. O al menos esas son las sensaciones que a uno le brotan. El concierto se desarrolla sin palabras, como un viaje o un vuelo. A pesar de ser una ceremonia colectiva, la relación con los sonidos es de ser a ser; íntima y profunda. La estética general, por jugar a encuadrarla, podríamos decir que se asemeja a la del pop gótico.
Algunos amigos creen que es música ideal para suicidarse un domingo, sin embargo yo le encuentro la belleza y la fascinación del abismo.