martes, 5 de enero de 2010

No pudo ser

Leda giró melodías de violoncello. El se sintió fértil como un dios. Le acarició el ombligo y le masajeò el vientre como quien recorre un globo terráqueo buscando alguna ciudad imaginaria donde los tres vivirían felices. Apoyó la cabeza en el abdomen y escuchó la vida cálida, sencilla, gloriosa. Sintió envidia.
Se adormeció con la cabeza recostada en los hombros de la esposa.
Quiso despegar los párpados y sólo vio oscuridad. Palpó paredes viscosas, tocó sus ojos cocidos, nadó.
Nadó sin avanzar, sin respirar, sólo enroscarse y estirarse. Se vio pequeño y débil. Succionó el pulgar de la mano derecha para conjurar un pánico innecesario. Entonces se sintió pleno, completo, sin hambre ni sed.
Había otro a su lado, otro igual al él. Un incompleto, encerrado en una membrana traslúcida, en un huevo. Lo vio enroscado sobre si mismo, con la lengua quebrada saliendo de la comisura de sus labios. Nadando.
Fueron marinos sin lunas ni faros. Y furiosos guerreros si urgía la ocasión, dispuestos a matar por ocupar un lugar.
Inmóviles avanzaban por el mismo túnel, sombrío y húmedo.
El otro lo completaba y se le oponía a la vez. Olisqueó un posible futuro compartido, de pezones disputados, de juegos y tareas, de fiebres de uno y anginas del otro. De coscorrones a escondidas, sin que mamà los vea. De caricias y pellizcos deliciosamente justos para uno y terriblemente crueles para el otro. Dos contra el mundo pero unidos por el odio.
No hay padre sin hijo. El hijo viene por la corona y el padre jamás puede abdicar. ¿Por qué dividir el reino? ¿Por qué compartir el pecho abundante de leche y miel?
Se angostó el camino, la fuerza por seguir se hizo irrefrenable. No hay lugar para dos en el edén.
Colocó el cordón en el cuello del otro. Luego enroscó el otro extremo del cordòn a su pequeño pie y tiro con fuerzas.
En el firmamento titiló dudosa la constelación de los gemelos. Nadie pudo ponerle palabras al silencio. Nadie pudo contar la historia del ausente, del que no pudo ser.

domingo, 3 de enero de 2010

¿Por què?

No era remolón, ni le fastidiaba su forma de vivir. No estaba deprimido ni en crisis. Simplemente sintió que lo que le pudiera pasar durante el día, no le interesaba. Por eso no se vistió, ni se cepillò los dientes, ni desayunó. Se quedó mirando por la ventana. Miró y miró y sólo se vio a si mismo.
Había un mendigo en la vereda, lo hizo pasar. Le dio un pantalón de vestir, era nuevo. También su camisa y la corbata. Lo hizo lavar y afeitar. Le indicó donde quedaba el trabajo, que colectivo tenía que tomar, donde bajarse. Le dio las monedas y los documentos. Le entregó solemnemente su nombre: “Carlos”. En reemplazo obtuvo un nombre santo. Le encomendó que a su regreso comprara el pan y unos jazmines para Ofelia. Y que le acariciara las orejas, eso la hacía feliz.
Le agradeció al mendigo su predisposición a reemplazarlo en el juego de la vida. Le agradeció también que acepte jugar su muerte. Vio como todo era un juego, pero ahora él estaba fuera.
Caminó desnudo por el parque y a cada paso se sentía más sutil. Su campo magnético vibró intensamente, se sintió luminoso.
Cuando ya había sobrepasado los techos de las casas, un ángel le asestó una ráfaga de ametralladora en el pecho. Ya estaba cubierto el cupo de los “Franciscos” en el paraíso.

Ulises

Ulises, el escarabajo, cantaba canciones patrias. Era el mas feo de los alumnos, por eso trataba de aprender rápido. Feo y burro hubiera sido una calamidad.
Iba por el camino de regreso a casa entre “vuelos triunfales y águilas guerreras” cuando una bola de ramas a toda velocidad se lo llevó por delante.
- Ey ¿Qué hacès? Soltame que tengo que volver a casa – reclamó Ulises.
- No puedo, tengo estas hojitas con serruchito que se pegan a todo – se disculpó la enramada.
- Mi mamà me va a matar.
Empujados por el viento rodaron por la ladera de la montaña, cuesta abajo. La velocidad dejó mudo a Ulises. Se puso de un color marroncito claro. Es lo máximo que se pueden aclarar los escarabajos cuando se ponen pálidos.
Ulises “el aplicado” jamás se desviaba del camino, por eso no conocía esta parte de la montaña. No había visto el brillo de los trigales ni las aspas del molino. Ni lo bochinchera que es el agua del río cuando corre.
El pequeño escarabajo seguía con su padre las carreras de Fórmula 1 por TV. Muchas veces se metía en una cajita de fósforos y manejaba a toda velocidad. Casi siempre cruzaba el disco primero. Parecía que su sueño se había hecho realidad, aunque no estaba muy seguro de estar disfrutando. Sentía una mezcla de miedo y espíritu de aventura.
El asunto se complicó cuando cayeron al precipicio por el barranco. El fórmula 1 se transformó en aeroplano. Sintió que el estómago se le salía del caparazón y que las antenas le vibraban enloquecidas.
Agarrados el uno al otro sintieron el golpe que los sumergió en el rió. Antes de que el ahogo diga “muerto” volvieron a flotar. La corriente los hizo girar. En cada vuelta, Ulises se hundía y salía; se hundía y salía. Las primeras veces tosió agua, pero después se acostumbró. Y hasta esperaba con ciertas ansias la oportunidad de volver a sumergirse y sentir las cosquillas de los renacuajos rozando sus patas.
- Una prima mía, una vez se prendió a un chicle masticado y nunca más se separaron – Sentenció el ovillo de ramas.
El comentario preocupó mucho a Ulises. ¿Cómo iba a comer y a dormir enroscado aquí dentro? Pensó que su mamà debía estar preocupada, quizá nunca más la volvería a ver.
El tronco de un árbol caído sobre el río les detuvo la marcha. Del golpe Ulises salto a la orilla. No estaba dentro del ovillo. Se quedó un ratito respirando fuerte y secándose al sol. En el fondo se divirtió bastante y nunca había tenido una amiga tan cercana con quien jugar.
- ¿Nos vemos mañana a la salida del Cole? – Le preguntó Ulises a su nueva amiga.