jueves, 10 de diciembre de 2009
La santa y la pierna
Dedicado a AnaGyS
No era su primera caída. Si hasta podría narrar su vida usando como nudos a las caídas. Amalia siempre se levantaba y salía fortalecida. Sus músculos eran fuertes, tanto como su templanza. Atribuía su costumbre de besar el polvo a su pierna derecha. Ella, la derecha, decidía su propio norte sin escuchar al resto.
Cada vez que sus quehaceres se lo permitían Amalia ensoñaba, amaba más que ninguna, se atrevía. Se conmocionaba con un abrazo intenso, con los claroscuros del bosque y las melodías sutiles. Por eso pensaba que no hay mal que por bien no venga, quizá su pierna le servia de ancla.
Recordaba tanto aquella primera vez. Aquella cuando caminaba por el sendero a sabiendas de que por allí pasaría él. Pensaba en sus labios y en ella, en sus miembros fuertes rozándola, en la mirada oscura de cejas varoniles escudriñando sus ojos. Se iban a cruzar y quizá le dirija la palabra… pero se cayó. Recuerda también como se le pusieron las orejas rojas y sordas; y como escapó en un galope ciego. A los amores que no fueron los envuelve un aura de “toda gloria posible”. Una gloria simple, cotidiana que sintió haber perdido.
La pierna tenía su itinerario prefijado: la llevó a los bailes de casaderas; la obligó a un “si” a desgano; avanzó dos pasos y retrocedió uno hasta completar juntas el camino desde la puerta al altar; la amarró por las tardes a la silla de paja, a pelar las papas y las habas, a coser y a tejer.
Amalia escuchaba las historias de las otras, historias de los niños de las otras, niños que imaginó coronaban los amores logrados, no como el de ella: los primeros balbuceos; la caída de un diente; las convulsiones de risa hasta las lágrimas; los zapatos que se atan y se desatan y los pies descalzos y las gripes y la fiebre... Quiso levantarse y correr, no escuchar, chocar contra el viento. Su pierna no se lo permitió.
Amalia invocaba a Santa Ana para que la haga hábil con el dedal, para que la ayude a no pincharse y para que fertilice su vientre. Pero la santa tenía otros asuntos que atender.
Amalia y la pierna fueron compañeras hostiles, a tal punto que la mujer le inscribió, con paciencia, cada letra de las palabras enfermedad y amputación.
Esperaba la sierra del doctor cuando su pierna la empujó por última vez. Tirada sola a los pies de la camilla, sin una mano que la ayude, le pidió a la santa que la levante, un milagro que no figuraba en su catálogo.
Santa Ana sintió que era hora de cumplirle. Labró sobre el cuerpo de Amalia el comienzo de una historia de generaciones futuras. Como compensación, le hizo prometer que toda su prole femenina llevaría el nombre de Ana. También las hijas de sus hijas y así para siempre. Juntas inventaron la estirpe de las Anas.
Ana que invitó a su pierna y a su sombra a sumarse al juego. Ana que se cayó mil veces y no vio en ello un mal presagio. Ana que no llegó a fin de mes, pero algo inventó. Ana que emparchò rodillas y enjugó lagrimas. Ana que pintó broches sobre el cielo, tensó sogas y planchó sábanas. Ana que vio en el clítoris una puerta y la abrió. Ana que decidió sobre su vientre. Ana que amó y que desamó. Ana que gozó y sufrió. Ana con… Ana sin… Ana c…Ana x…Ana z…
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Con la promesa de Ana, las siguientes generaciones hicieron vívido el deseo...
ResponderBorrarPromesas son promesas!Diana.