domingo, 11 de octubre de 2009

Pacha

La sala del castillo oprime al caballero. Su armadura asfixiada quiere salir. Abre la puerta y vuelve a ingresar a la misma sala.
Ve a la anciana encorvada que se mece. Es antigua, es sabia de la tierra. La atraviesa con su espada.
Ella insiste en mecerse. Trae un reclamo de otro mundo, un abandono, una depredación. Le revolvieron las entrañas, le desacomodaron todo, le sacaron hijos.
Fue él, pero no lo recuerda. O recuerda que lo hizo porque fue necesario.
Ella teje y se mece. En la urdimbre aparecen los cuentos simples y eternos, legados de ancestros.
La anciana suma y multiplica los hilos para no equivocar el color, para no falsear la historia. La historia que habla de otra riqueza, de tesoros arrancados a arañazos, de su vejez ingenua, de la resignación sin remedio.
El caballero traspasa nuevamente la puerta. Vuelve a ingresar. Ella es débil pero lo retiene, no lo deja ir.
La armadura se va oxidando, sus movimientos se tornan lentos. No comprende, se aterroriza. Se empecina una y otra vez.
Ella enreda un hilo con otro, los peina, los cose puntada a puntada. Él, resignado abdica. La tejedora le acaricia los dedos tiernamente, los acerca a la maya, los teje. Transforma sus venas y su piel en lanzadera y los incluye en la urdimbre.
El lienzo y el caballero se confunden y se abrazan. Cierran la historia que pudo haber sido otra.
Firme como árbol añoso la anciana se hamaca en la mecedora vacía.

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1 comentario:

  1. Jorge, admiro cada vez más, no sólo tus letras (zarpadas), sino el campo que elegís para escribirlas; los lugares por donde las hacés transitar. Hacés que uno recuerde lo atemporal, lo universal... me conmociona realmente... Gracias! Beso

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