viernes, 2 de julio de 2010

Imputabilidad


El cráneo calvo que aparece y desaparece con el vaivén de las ondas del lago. La resolana que juguetea con en el codo de un brazo enterrado en el lodo de la orilla. Un torso sin cuerpo, un talón sin pie, una pierna retorcida. Flotan sin brillo en las aguas oscuras que intentan, sin éxito, ocultar la morbosidad de las partes, la horrible ausencia de los cuerpos enteros.
Hubo pruebas suficientes del ímpetu sin freno, de la sangre hirviendo, de las venas expuestas en las mejillas contrariadas de las mutilaciones.
Él produjo el destrozo y tendrá que pagar. Fue un ataque de demencia, una explosión irracional, una pérdida de control. Nada de esto sirve de atenuantes.
Había tomado las tijeras de su madre. Las de mucho filo, las prohibidas. Los había llevado a la orilla del lago. Les prometió alegrías. Les prometió ser otros, inventar historias. Caer extenuados por la risa.
Tal vez tuvo algún cómplice, no pudo hacerlo sólo. Tal vez la locura, la que redoble fuerzas, la que arrasa. Tal vez la sensación de matar o morir.
Y nosotros debemos velar por la seguridad de la sociedad. Nadie quiere vivir en peligro. Nadie quiere que estas conductas se expandan, que crezcan, que irrumpan en la calidez de nuestros hogares. Es mejor prevenir que curar. Cinco años será una condena justa. Saldrá cuando tenga diez. Porque por ahora fueron sus muñecos, mañana podríamos ser nosotros.